En Cantalejo, los artesanos de aperos eran llamados «briqueros», 'fabricantes de «bricas»'. En el lenguaje local de la Gacería, «brica» es la alteración, por metátesis, del término castellano «criba».
Cantalejo se decantó por una artesanía productiva: la fabricación de diversos aperos, entre ellos los trillos y las beldadoras. En los años 50 Cantalejo llegó a tener 400 talleres y fabricaba más de 30 000 trillos al año; esto suponía que más de la mitad de la población se dedicaba a este oficio.
Cantalejo en Segovia y otros muchos pueblos, supieron aprovechar la tardía llegada de la primera mecanización que se extendía por el campo español para crear talleres de producción de maquinaria agrícola, en concreto de aventadoras (también llamadas aventadoras-cribadoras y beldadoras por su mecánica basada en los bieldos y cribas).
Estos talleres proveían a zonas de toda la Meseta castellana.
Se reprodujeron los modelos ya existentes de aventadoras-cribadoras, pero se adaptaron a las necesidades locales y a la calidad que podía pagarse e incluso se dieron nuevas soluciones mecánicas a algunos procesos, alcanzando una más que satisfactoria calidad.
En España la incipiente mecanización de tareas agrícolas comenzó en 1930, con la introducción de la segadora mecánica que suplía el penoso trabajo de muchos segadores, tanto mujeres como hombres.
La aventadora o beldadora resolvió, en los años centrales del siglo XX, otra de las más penosas y tediosas tareas de la cosecha, la de aventar o beldar (separar el grano de la paja) después de realizada la trilla que seguía haciéndose de modo tradicional.
En las décadas de 1960 y 1970 dos fenómenos dejarán despoblado el ámbito rural: la difusión de una nueva maquinaria agrícola, tecnológicamente inalcanzable, barre la pequeña industria de Cantalejo y los obreros, sin trabajo, se unen a la emigración generalizada de jornaleros y campesinos pobres a las ciudades que se extiende por toda España.
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